El gusto del Romanticismo por estas historias se debe a que, a diferencia de la Ilustración, movimiento predecesor, que sólo aceptaba la realidad sensible, lo empíricamente demostrable, los románticos se oponen a la separación entre lo real y lo irreal, entre la razón y el sentimiento. Además, el “antiburguesismo” y el deseo de contradecir las normas convencionales les lleva a cultivar este tipo de literatura fantástica e irracional. Por otro lado, la insatisfacción personal y el desacuerdo con el mundo que le rodea llevan al romántico a un deseo de evasión que se aprecia en la búsqueda de escenarios insólitos, atípicos e irreales, como los castillos en ruinas, los cementerios, los páramos desolados, las noches cerradas…
Es precisamente este tipo de escenario el que encontramos en El Monte de las Ánimas, una de las famosas leyendas de Bécquer (1836-1870). Don Alonso y su prima doña Beatriz vuelven con mucha prisa de una cacería el día de Todos los Santos. Por el camino de regreso, Alonso le cuenta a Beatriz por qué deben abandonar ese día tan apresuradamente el Monte de las Ánimas, narrándole la historia del enfrentamiento en dicho lugar entre Templarios y nobles castellanos. La cruenta batalla dejó allí cientos de muertos que se manifiestan todos los años en ese día concreto. Cuando Beatriz, ya en casa, se percata de que ha perdido una banda azul que pensaba regalarle esa misma noche a su primo, se lo hace saber a éste, no sin retarlo de alguna manera a demostrar tanto su valentía como su rechazo a las absurdas supersticiones. El desenlace, como no puede ser de otra manera, trágico y fatídico; las palabras de Bécquer, espeluznantes.
“Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!”
En el siglo XIX acudimos también al nacimiento de uno de los seres terroríficos más conocidos y logrados, Frankenstein. Lo cierto es que las veladas nocturnas del verano de 1816 en la casa de Lord Byron no pudieron ser más fructíferas para el género del terror. El poeta inglés, Byron, su secretario, Polidori, y el matrimonio Shelley, pasaron largas veladas en esta casa de Ginebra durante este verano. Obligados por el mal tiempo y las fuertes tormentas a permanecer encerrados, acordaron, para entretenerse, escribir cada uno una historia de terror. Byron y Percy Shelley, en su condición de poetas, desistieron de la empresa, pero tanto Polidori como Mary concebirían a los dos grandes mitos del terror moderno. Polidori escribió un relato titulado “El vampiro”, antecedente del personaje de Bram Stoker, y Mary Shelley, creo la figura de Frankenstein.
“Me desperté aterrorizado. A la pálida y amarillenta luz de la luna que se filtraba por entre las contraventanas, vi de pronto al monstruo que había creado. Tenía levantado el cobertor de la cama, y sus ojos, si así podían llamarse, me miraban fijamente. Entreabrió los labios y murmuró unos sonidos ininteligibles, a la vez que una mueca arrugaba sus mejillas. Quizás habló, pero tanto era mi horror que no lo oí. Tendía hacia mí una mano, como si intentara detenerme, pero, esquivándola, me precipité escaleras abajo. Me refugié en el patio de la casa. Donde permanecí el resto de la noche, paseando arriba y abajo, escuchando con atención, temiendo cada ruido como si fuera a anunciarme la llegada del cadáver demoníaco al que en mala hora había dado vida.”
No obstante, Frankenstein es mucho más que una obra de terror. Se ha dicho de ella que es precursora del relato de terror existencial. No carece, en absoluto, de profundidad psicológica y filosófica. Mary Shelley, además, destaca el papel decisivo que adquiere la educación en la liberación o el sometimiento de la personalidad. La mente humana es una tabla rasa que se va conformando con la educación.
La historia está envuelta por una ambivalencia percibida en todo momento por el lector. Por una parte, admiramos al científico, sus ideales y su tesón, pero no nos parece bien que abandone a su criatura, aunque lamentamos la suerte que correrá al final de la obra. En cuanto al monstruo, al mismo tiempo que nos compadecemos de él por ser una víctima de su creador y de la sociedad, rechazamos los crímenes que comete. Además, la información nos llega a través de los personajes implicados, que son complejos y problemáticos, por lo que resulta difícil saber dónde está la verdad o qué partido tomar. En esta ambivalencia reside una de las razones de la modernidad del libro.
Drácula del irlandés Bram Stoker se publica en 1879.Con ella se actualiza el mito del vampiro que hasta entonces había consistido en un ser maligno, asesino, sobrenatural, un muerto viviente que chupaba la sangre a sus víctimas. Pero con Stoker el personaje alcanza una nueva dimensión, sumándole a todo lo anterior una faceta atractiva e irresistible. La víctima se siente fuertemente atraída por el vampiro que la sume en una dulce inconsciencia.
Muy acertada también es la técnica de estilo fragmentario escogida por Stoker. Entremezcló fragmentos de diarios, telegramas, recortes de periódicos, transcripciones fonográficas, cartas, informes médicos… Esta técnica, unida a la presencia en la obra de la incipiente tecnología de la época (máquinas de escribir, telégrafo, teléfono…) aporta al relato verosimilitud. De este modo, en un ambiente en principio realista, va introduciéndose poco a poco el paso hacia lo sobrenatural, dejando que el misterio y el horror se vayan insertando en la obra, con lo que el escalofrío producido es aún mayor.
“Fue entonces cuando me di cuenta de que me sangraba la barbilla. Dejando a un lado la navaja, volví a medias la cabeza para buscar con la vista un poco de algodón. Cuando el conde vio mi rostro, chispearon sus pupilas con una especie de furor diabólico y, de repente, me asió por la garganta. Retrocedí bruscamente y su mano tocó el rosario del que colgaba el crucifijo, que yo aún llevaba al cuello. En el mismo instante, se produjo en él un cambio súbito, y su furor se disipó tan rápidamente, que apenas pude creer que hubiera estado encolerizado poco antes.
-Tenga cuidado- me advirtió-, tenga cuidado cuando se corte. En este país, esto es más peligroso de lo que cree…”
Pero como suele decirse, la realidad unas veces se acerca a la ficción y muchas la supera. Existe una leyenda sobre la relación de adoración y repulsa que existió entre Stoker y Henry Irving, famoso actor de quien el escritor era apoderado. Se ha llegado a decir que Drácula tenía algo también de Irving, quien se apoderaba de la mente de los demás y quien ejercía sobre Stoker, en particular, gran influencia y control, aunque nunca le dio su opinión sobre él o su obra. Fue tratado por él siempre con indiferencia. De hecho, después de más de veinte años trabajando duramente para él, tras fallecer el actor, Stoker tuvo graves problemas económicos y llegó a pedir a sus amigos dinero prestado para sobrevivir.
Otra obra que acerca el mundo sobrenatural al real y que reaparece todos los noviembres en algunas salas de teatro es Don Juan Tenorio de José Zorrilla. No es una obra de terror, pero en su desenlace tiene una importante presencia el mundo del más allá. Esta obra dramática apareció en 1844 y trata sobre el personaje legendario de Don Juan, el burlador de Sevilla, tratado anteriormente por diferentes autores. Don Juan es un seductor de mujeres, un libertino y un hombre sin moral. Constantemente muestra su desdén hacia la muerte a la que para nada teme. Se dedica, entre otros asuntos igualmente deplorables, a apostar con sus amigos quién es el más mujeriego y el más malvado. Una de sus tropelías es raptar a doña Inés (que representa la religiosidad y la bondad) del convento, y llevársela a su casa. Cuando don Gonzalo de Ulloa, padre de doña Inés y Comendador de Calatrava, le pide que le devuelva a su hija, don Juan lo mata y huye a Italia.
Cinco años más tarde vuelve a Sevilla y encuentra la que fuera su casa convertida en el sepulcro de sus víctimas, entre las que, para su sorpresa, se halla también doña Inés. Las estatuas de don Gonzalo y de doña Inés lo avisan de que se acerca su muerte y de que debe arrepentirse de sus fechorías para salvarse. Don Juan piensa que es una broma de sus amigos, Centellas y Avellaneda. Se enfrenta a ellos y se retan a duelo. Sin saber el desenlace del mismo presenciará su propio entierro y entonces descubrirá que Centellas lo ha matado en la disputa. Las sombras y los espectros salen de sus tumbas y lo rodean. Doña Inés le recuerda que no le queda tiempo. Cae el último grano de arena del reloj de la vida de Tenorio y, justo entonces, se arrepiente. Doña Inés le ofrece su mano, se tumban ambos sobre un lecho de flores y descansan al fin.
DON JUAN
¿Y aquel entierro que pasa?
ESTATUA
Es el tuyo.
DON JUAN
¡Muerto yo!
ESTATUA
El capitán te mató
a la puerta de tu casa.
DON JUAN
Tarde la luz de la fe
penetra en mi corazón,
pues crímenes mi razón
a su luz tan sólo ve.
Los ve…y con horrible afán,
porque al ver su multitud,
ve a Dios en su plenitud
de su ira contra don Juan.
¡Ah! Por doquiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí
y a la justicia burlé.
Y emponzoñé cuanto vi,
y a las cabañas bajé,
y a los palacios subí,
y los claustros escalé;
y pues tal mi vida fue,
no, no hay perdón para mí.
¡Mas ahí estáis todavía
(A los fantasmas.)
Con quietud tan pertinaz!
Dejadme morir en paz
a solas con mi agonía.
Mas con esa horrenda calma,
¿qué me auguráis, sombras fieras?
¿Qué esperáis de mí?
ESTATUA
Que mueras
para llevarse tu alma.
Por último, no quisiera terminar sin referirme a uno de los genios del relato de terror y misterio: el norteamericano Edgar Allan Poe. Para él, la máxima expresión literaria era la poesía, a la que dedicó sus mayores esfuerzos. Sin embargo, tuvo que dedicarse a la prosa por motivos económicos y cultivó preferentemente el género del terror para satisfacer el gusto del público de la época. Todo ello hizo posible que Poe se convirtiera en uno de los maestros universales del relato corto. Entre los muchos que escribió, por señalar uno, El corazón delator. En él, el protagonista ha asesinado sin ningún motivo aparente a un anciano y ha ocultado su cadáver bajo las tablas del suelo de la habitación. Un vecino que ha oído gritos llama a la policía. Tres agentes se personan en el lugar de los hechos al poco rato. El protagonista los recibe con toda tranquilidad.
“Sonreí, pues… ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla.”
No obstante, su conciencia transformada en latidos procedentes del suelo, lo delatará.
“…¡No,no!¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían…y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy¡!Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, en entonces…otra vez…escuchen…más fuerte…más fuerte… más fuerte… más fuerte!
-¡Basta ya de fingir, malvados!- aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí… ahí! ¡Donde está latiendo su horrible corazón!”
Para finalizar, cabría preguntarse… ¿qué encontramos en estas historias que nos resulta tan atrayente? Todas ellas, a pesar de llevar escritas tanto tiempo, no dejan de gustar por sí mismas ni de inspirar otras nuevas tendencias literarias o cinematográficas en las que se aprecia claramente su huella. El Monte de las Ánimas, Frankestein, Drácula, Don Juan Tenorio, El corazón delator… relatos tétricos y espeluznantes que nos permiten saciar nuestra curiosidad innata y asomarnos a la orilla oscura de la naturaleza humana. Nos pasamos la vida buscando la estabilidad en todas las facetas y utilizamos la ficción, concretamente las historias terroríficas, para vivir la sensación de que no todo está controlado, de que pueden aparecer elementos sorprendentes, inesperados e incomprensibles para el hombre. No nos conformamos: nacer, vivir y morir… poca cosa. Así que continuaremos dejándonos hechizar y permitiendo a estas y a otras muchas increíbles narraciones que no dejen de satisfacer esa necesidad de misterio que tenemos la gran mayoría de los seres humanos.